Estudiantina de 2º de Bachillerato presencial diurno.
Aquí os dejo el texto que tenéis para comentar este fin de semana. Recordad que el martes recojo los trabajos en folio en blanco y a mano. El contenido debe corresponder a lo que ya hemos indicado en clase: la pregunta 1ª) del modelo de PAU: A) Tema; B) Recursos estilísticos y lingüísticos y C) Tipo de texto. Si tenéis dudas sobre en qué os tenéis que fijar, repasad la guía para el comentario de texto.
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Los dos últimos días ha llovido continuamente. No hemos podido ir a la playa. Ahora, que ha cesado la lluvia, acompaño a mi padre a recoger caracoles en un bosquecillo cercano, al otro lado de los raíles del ferrocarril.
Hace mucho calor. Me paro, para refrescarme la cara, junto a la balsa redonda de una masía. El agua está fresca y es muy agradable dejarla correr por la frente y las mejillas. De pronto veo una abeja que aletea en la superficie de la balsa sin poder levantar el vuelo. He visto decenas de ellas en otras ocasiones sin que me pasara por la cabeza hacer algo para salvarlas. Más bien, a menudo, he contribuido a que se hundieran en el agua, y lo mismo he hecho con hormigas, moscardones y otros bichos. Pero esta vez, sin saber por qué, cojo una ramita para rescatar a la abeja. Cuando la deposito en el borde de la balsa, la abeja apenas mueve las alas y las patitas. Luego lentamente se recupera a medida que su cuerpo va secándose. Reemprende el vuelo en el mismo instante en que mi padre me llama para proseguir la marcha. Voy a su encuentro, contento con la posibilidad de contarle mi hazaña. Entonces siento un dolor punzante en el
brazo y me doy cuenta de que la abeja se separa de mi piel, alejándose.
Reprimo el grito de rabia porque mi padre está cerca. Cuando nos juntamos, él examina la picadura que le muestro y me pide que orine sobre la tierra del camino. Dice que obtendremos fango para calmarme el dolor. Hago lo que mi padre me ha pedido y recojo la tierra mojada, con bastante vergüenza, para aplicármela en la picadura. Insisto en hacerlo yo pese a que él se acerca para ayudarme. Estoy furioso con la abeja y pregunto si es verdad que las abejas se mueren después de picar a alguien. Cree que sí, pero no está seguro.
Cuando el dolor se calma, proseguimos nuestro camino hacia el bosquecito. Ya no tengo ganas de ir a buscar caracoles y, contra mi voluntad, me pongo a llorar. Mi padre me dice que no tengo por qué llorar si el dolor se ha calmado. Me enfurezco contra mí mismo y, como no puedo dejar de llorar, le cuento lo que ha sucedido en la balsa para justificar mis lágrimas. Comenta:
—No es para tanto.
(Rafael Argullol, Visión desde el fondo del mar, 2010)
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